miércoles, febrero 17, 2010

hebe

La Plata, invierno de 1978

Lidia, ¿hacemos las listas? ¿Cuántas Madres tenés para llamar? Yo siete pero Hayde y Marta tienen varias. Ayer llamó una vecina de mi hija, me dijo que había una señora de La Loma que llamó para vernos. ¿Tenés la dirección? Si, la tengo. Me parece que en la casa no quieren que sepa que llamó. La citamos y vino. Se llamaba María Teresa, tenía 5 hijos. Una hija presa y un hijo, Rubén, desaparecido. Llegó a las dos de la tarde. Hacía mucho frío pero en casa de Lidia siempre había mate preparado. Estaba vestida humildemente: mocasines sin medias, pollera recta oscura, un sacón verde tejido grueso, un monedero apretado entre sus manos. La hicimos pasar y la pregunta de rigor: “¿Quién te falta?” _ A mi me falta un hijo y tengo una hija presa en Devoto, Marita_. Nos contó que eran de Tucumán, que sus dos hijos eran militantes y que los otros eran muy chicos. Su marido era jubilado de la policía y no querían que hicieran nada, siempre repetía lo mismo, que ya iban a aparecer. También contó que su marido nunca visitaba a su hija a la cárcel y a ella se le hacía muy difícil. Nos preguntó si tenía llevar algún papel. Le dijimos que no pero debía hacer un Habeas Corpus. Nosotras ya teníamos un modelo. Hayde se ofreció para, al otro día, acompañarla al juzgado. María teresa no quiso que fuera a buscarla a su casa. Se encontraron en una esquina. Hayde nos comentó que María Teresa era analfabeta y que el Habeas se lo había hecho su hermano. Nosotras todavía no íbamos a la plaza San Martín pero ya estábamos citando a las Madres a ir un miércoles, así no faltábamos el jueves a la plaza de Mayo. Le comunicamos la idea a María Teresa. Ella se puso muy contenta porque no tenía dinero para ir hasta la capital. En junio de ese año comenzamos a ir a plaza san Martín porque en 1977, con Azucena, Laura, Ramona y yo, habíamos hecho un intento en plaza Italia de La Plata y no conseguimos que viniera ninguna Madre durante tres miércoles de octubre. Así que este nuevo intento fue en plaza San Martín, no en plaza Italia. Algunas Madres tenían mucho miedo. Recién hacia 6 meses que nuestras compañeras Azucena, Mary y Esther habían sido secuestradas. Varias tantearon ir a rezar a San Ponziano, donde el párraco nos rechazaba. Así empezamos. Algunas con menos miedo íbamos a la plaza San Martín de 15.30 a 16.30, luego a la iglesia y allí rezábamos con las otras Madres. María Teresa eligió la iglesia Baldri. Una Madre de la acción católica había inventado un rezo, una especie de padrenuestro donde involucraba a nuestros hijos. El cura, cuando llegaban las Madres, hacía limpiar con un plumero al sacristán todas las estatuas de santos para tirarnos el polvo en la cabeza (en esa época todavía no usábamos pañuelo). Laura, Hayde, Zulema, Lidia y yo cuando nos enterábamos de alguna desaparición visitábamos a la Madre y la convocábamos a la plaza de Mayo en capital (donde éramos muchas), o a la plaza San Martín de La Plata. Un día llamó llorando María Teresa: “Nos llamaron para reconocer un cadáver…puede que sea nuestro hijo Rubén”. Fue con su hermano a reconocerlo. Ella no lo quiso ver. Solo reconoció la camisa. Se lo entregaron es un decir. En esa época no se permitían los velatorios, se iba de la morgue policial al cementerio.
Por aquel entonces nosotras todavía no teníamos claro el rechazo a la muerte o la aceptación de cadáveres, así que la acompañamos al cementerio rodeadas de milicos, era tremendo. Tiempo después me di cuenta de cómo nos querían destruir. Una a una. A María Teresa la acompañó solo el hermano. La llevaba abrazada pero no hablaba ni lloraba. Era un hombre pequeño, de rostro duro y manos gruesas. Cuando terminamos de tapar el cajón con tierra nos besamos, nos abrazamos, lloramos amargamente y cada una volvió a su casa. A mi me esperaba Toto. También estaba Carlos, el esposo de Hayde. Durante dos miércoles María Teresa no vino. La llamábamos por teléfono. Estaba destrozada. Un sábado a la noche la llamó a Lidia y le cuenta que esa tarde el correo le había entregado una caja donde estaban las manos de su hijo. Eso decía el texto de una carta firmada por el Comando Pedro Eugenio Aramburu. Inmediatamente nos reunimos. Los padres también. Vinieron algunos abogados , como Carlos por ejemplo, que nos aconsejaron hacer una presentación. El drama era que había que pedirle al cementerio que exhumara el cadáver para poder colocar las manos en el cajón. Como era sábado, todo el fin de semana María Teresa tuvo las manos de su hijo en su casa. Nunca se vio semejante crueldad. Los genocidas habían encontrado otra manera de destruir nuestro movimiento, torturando familia por familia. A la casa de María Teresa no podíamos ir. No sabíamos como acompañarla. Escribimos varias cartitas y se las llevábamos. Recién el miércoles por la mañana unas cuantas Madres acompañamos a María Teresa al cementerio a colocar las manos junto al cadáver. También en esta circunstancia volvió a acompañarla su hermano. Por la tarde en plaza San Martín éramos poquitas, muy poquitas Madres. La tortura del comando Aramburu nos había destrozado. En la reunión, en esa misma plaza, decidimos volver a empezar. Otra vez, casa por casa. Madre por Madre.